Las luces parpadean en la sección inferior del Abasto. A medida que nos distanciamos de la Avenida Pueyrredón y nos adentramos más profundamente en el barrio, los difusos contornos de los vecinos entran y salen de foco. Los sombreros shtreimel rebotan fuertemente sobre las cabezas de dos hombres jadisistas, uno robusto y otro alto. Sus esposas e hijos persiguen sus rastros. Un joven africano que transporta un maletín de gran tamaño habla por teléfono en una lengua desconocida, mientras camina a paso tranquilo. Una motocicleta aparece de la nada sobre la vereda y me hace correr a un lado. Un muchacho salta de la misma y rescata una bolsa de plástico de comida peruana para llevar que huele a masa frita y cebolla.

La luz afortunadamente se encuentra encendida en Il Vero Arturito, o al menos acaba de regresar al momento que entramos en el restaurante y se oye un aplauso ardiente. El comedor está completamente repleto. Los camareros vestidos con camisas de manga larga y delantales negros bailan alrededor del salón. Se aglutinan alrededor de la barra para cargar cualquier brazo con pilas de platos y regresar apresuradamente a sus mesas con un afán poco característico en un típico bodegón.

Las mesas se encuentran atiborradas unas al lado de las otras y colmadas por familias jóvenes y mayores. A mi derecha, una señora mayor mira con ojos hambrientos un plato de ravioles pintados de rojo. A mi izquierda, un bebé de ojos azules chupa un arrollado con una generosa franja de manteca antes de desmayarse. Todo el mundo dispuesto a la distancia de una longitud de brazos se calla al unísono mientras un camarero pasa con un plato de tiramisú. El paisaje se siente a la vez ordinario y mágico-una sensación de nostalgia y pertenencia se percibe tan fuertemente que incluso como un extranjero es difícil no sentirse como en casa.

Ese sentimiento se encuentra reflejado en el menú. Los platos se presentan con sus nombres en español, pero se describen en inglés. «Por supuesto», explica mi acompañante, «todo el mundo, a excepción de un gringo sabe exactamente lo que un revuelto gramajo es.»

Para empezar, la aburrida canasta de pan incluida en el cubierto es reemplazada por una empanada frita en miniatura. La masa es sonoramente crujiente y está rellena con jugosa carne picada que se ha cocinado a fuego lento en sus propios jugos. Satisfactorios golpes de grasa vacuna y nuez moscada se hacen presentes a lo largo del paladar. Como aperitivo, todos los camareros recomiendan los bocadillos de acelga. Esto es probablemente porque siempre son buenos, pero también porque cada camarero juega la misma broma al momento de dividir el séptimo bocadillo entre una pareja.

El resto del menú es como en cualquier otro bodegón a la vieja usanza: una enciclopedia de cuero llena de páginas con minutas, pastas, mariscos y carnes asadas. Los platos se sirven con una confianza despreocupada que contrasta con el servicio formal: nuestro camarero anuncia mi plato con un sincero «permiso, caballero» antes de apilar tallarines empapados en aceitosa salsa de tomate en mi plato. A menudo no luce bien pero, sin embargo, siempre es encantador.

fusilli al scarparo

Fusilli al Scarparo es una especialidad de la casa. Fideos huecos son servidos con una desprolija salsa de tomate y albahaca que mancha los costados del tazón. Los fideos son suaves y una salsa herbácea, hecha con generosas raciones de aceite de oliva y un cierto dejo a nuez, se aferra a la masa. Estos, también, son grandiosos el día después de que el morrón rojo se profundiza en el sabor. Los sorrentinos rellenos con ricotta y nueces son otra opción a prueba de fallas.

Los escalopes a la Marsala se hacen con finas rebanadas de medallones de lomo sumergidos en vino Marsala. Las escalopes varían de un bodegón a otro. Algunos empanan el filete en harina, haciendo el resultado final similar a una milanesa; aquí los sumergen en maicena lo cual le confiere una textura sedosa que rueda a través de la lengua. La carne es delicada y debe usarse para sopear la salsa, que es ligeramente dulce con un característico final amargo que se fija en la parte posterior de la lengua. Papas noisette, pequeñas bolitas felices de puré de papá frito, primas lejanas de las hash brown de los Estados Unidos.

escalopes con marsala

Aferrándose a la tradición ítalo-hispana del bodegón, las gambas al ajillo son siempre una opción segura. Turgentes trozos de camarón son acompañados con una salsa cargada generosamente de pimentón y ajo. Aquí es donde la aburrista canasta de pan que ignoraste debido a las empanadas antes mencionadas entra en juego, sopeá la baguette tostada en toda la salsa.

Para el postre, el flan mixto es una opción sólida, pero las peras a la borgoña merecen que se les eche un vistazo. Son peras frescas cocinadas en vino tinto y servidas con helado de vainilla y pequeñas montañas de crema batida.

Il Vero Arturito está abierto para el almuerzo y servicio de cena. Por lo general hay una línea fuera de la puerta para el servicio de cena, tanto una molestia como signo de una buena comida.

Il Vero Arturito

Dirección: San Luis 2999, Abasto

Abierto: martes de 8 p.m. a medianoche; Miércoles a domingo de 12 p. m. a 4 p.m. y 8 p. m. a medianoche

Precio por persona: $500-600

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