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“Yo digo que fui convirtiéndome en la mujer que soy ahora por pura necesidad. Aquella infancia de violencia, con un padre que con cualquier excusa tiraba lo que tuviera cerca, se sacaba el cinto y castigaba, se enfurecía y golpeaba toda la materia circundante: esposa, hijo, materia, perro. Aquel animal feroz, mi fantasma, mi pesadilla: era demasiado horrible todo para querer ser un hombre. Yo no podía ser un hombre en ese mundo.” (Camila Sosa Villada, Las Malas, 2019)

Esta cita de Camila Sosa Villada me sirve para ejemplificar lo que es una conchuda. En primer lugar, para ser una conchuda una tiene que ser mujer. Significa llanamente tener una concha grande. Pero no todas las mujeres son conchudas. Hay bebotas, por ejemplo, que sin importar el tamaño de su concha, jamás serán conchudas. ¿Por qué?

Porque, y aquí viene la segunda acepción del término, para ser una Conchuda una tiene que dejar una marca. Como la batiseñal de Batman, pero con la forma de una Concha. Se puede reconocer a simple vista a una conchuda cuando una mujer deja su impronta en la vida de los demás. Y esto no necesariamente es bueno. Hay conchudas que se dedican a marcar corazones con su concha-señal.

Como Camila Sosa Villada. Qué paradoja. El título de conchuda se lo ganó junto al premio Sor Juana Inés de la Cruz por su libro “Las Malas” (tusQuets 2019). En su novela, Camila cuenta cómo fueron sus primeros ofrecimientos de dinero a cambio de sexo. Ya se travestía desde su pubertad, en La Falda, un pueblo de las sierras de Córdoba.

A los 19 años se fue a la capital, donde se prostituía para poder pagar sus estudios de comunicación y teatro. Eso resultó mejor que aprender a hacer panes rellenos y venderlos en el parque. Ella jamás haría eso. No podía darse ese lujo. La gente no se ríe de las bebotas con sus canastitas rebosantes de pancitos, pero de una trava, sí. Le harían la vida imposible. Una trava no puede andar bajo los rayos del sol.

Prostituirse al fin de cuentas no era un trabajo “tan terrible”. Tenía tiempo libre. Ganaba lo suficiente para mantener la pensión y darse algún que otro gustito. Ahora que se convirtió en una actriz de renombre, y una escritora premiada, Camila puede cagarse de risa de las golpizas recibidas por algunos clientes. Pudo salir de la zanja, sin haber muerto como tantas de sus amigas a las que nadie reclama. Enfrentó a la parca con la bravura de una verdadera conchuda.

Las malas fue un éxito sin precedentes que convirtió a Camila Sosa Villada en una figura mediática y la consagró como una de las escritoras más originales de la literatura argentina contemporánea. La novela se tradujo a más de diez idiomas.

Recuerdo cuando la fui a ver al teatro, allá por 2015. Estrenaba su versión de “Frida” y la sala estallaba de gente. Ella estaba sobre el escenario con el torso desnudo, columpiándose en un trapecio, aún no se había operado las lolas. Noté que nuestros pequeños pechos eran parecidos. Tengo las mismas tetas que una trava pensé. Es lo más cerca que voy a estar de ser como ella.

Soy demasiado bebota para encarnar esa aparición en el mundo. Pertenezco a una naturaleza sin coraje. Estoy exenta de esa monstruosidad que Camila llama “fiesta”. Porque para ella, travestirse, es una fiesta. Una celebración que hace temblar, de rabia y de placer, al más poronga del conventillo.

A veces imagino mi vida siendo hombre. ¿Sería un bebote violento? ¿Me darían gracia las travestis? ¿Me sentiría atraído? ¿Me acomodaría el bulto? ¿Me andaría haciendo el pija larga? Nunca conoceré a un hombre de la forma en que Camila los conoce.

Es probable que ella sea más experta en la materia que cualquier bebota. Es posible que Camila sea la más conchuda de las conchudas.

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