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Fui a ver el film Argentina, 1985 del director Santiago Mitre. Una vez acomodada en la butaca bien cerca de la pantalla porque la sala estaba detonada de gente, me di cuenta que no tenía la más pálida idea de qué era lo que iba a ver. Es tarde para googlear, pensé. Creo que cualquier persona del público presente sabe algo más de la película que yo. Qué distraída esta bebota, como siempre.
Por pura intuición se me hace que tiene que ver con los desaparecidos. Últimamente en Argentina todo tiene que ver con los desaparecidos. La película empieza y la primera escena es desconcertante; un tal Julio, representado por Ricardo Darín, que usa a su hijo de unos 9 años de edad para seguir a su hija ya casi adulta, en sus escapadas con un tipo que no le gusta para nada. El nene hace de espía y pasa su reporte al padre, mientras la madre desaprueba todo el “operativo policial” y le advierte que está criando a un desquiciado.
La escena me confunde y me hace reír. Pienso que por fin, no voy a ver un dramón sobre la dictadura, no tengo que estar alerta a taparme los ojos en las escenas de torturas y fusilamientos. No soporto ver sangre ni gente desesperada. Después sueño pesadillas.
Me relajo. Darín casi siempre me hace pasar un buen rato. Es un tipo profesional, muy buen actor. En este caso hace del fiscal de una de las causas más importantes de la historia argentina, Julio Strassera, de cuya existencia obviamente me entero al ver la película. Lo admito, no sabía nada de Strassera. Menos de su asistente, el abogado Moreno Ocampo, que lo interpreta el fuertísimo Peter Lanzan.
La peli se tornó interesante. Un pibe joven, recién recibido, ocupaba la escena. Me hubiera gustado que fuera María, mi abogada, que sé que le encanta meterse en bardo, la que en 1985 hubiera tenido la oportunidad de participar en tal quilombo. Pero no, si no es por Evita, no vemos minas en la pantalla grande. Otra vez, una peli argentina, en que los héroes o antihéroes – en el sentido más clásico del término – son hombres, como El robo del siglo, Ángel, Mi obra maestra, entre otras. Okay, hagamos de cuenta que es un dato menor.
Atengámonos a los hechos ficcionados de la película. El juicio a las Juntas fue el primer juicio de esta índole a nivel mundial. Con la vuelta a la democracia, durante la presidencia de Raúl Alfonsín, que en la película pasa desapercibido, se propone la difícil tarea de sentar en el banquillo de los acusados a los asesinos, que hasta hacía muy poco tiempo estaban en el poder. Años posteriores, el presidente Menem se encargaría de indultar a los mismos bebotes, algo que tampoco se dice en la película. No crean que se las estoy spoileando. Pongamos que éstos también son datos menores. Continuemos.

Durante el film, vemos a un Strassera junto con su camarada Moreno, dirigiendo a un grupo de jóvenes inexpertos que bien podrían haber sido ecologistas, veganos o defensores LGBTQ, juntando las pruebas de los más de 800 testigos que se presentaron durante el juicio. La juventud aparece como la figura redentora de una sociedad hasta entonces dormida. Como si las Madres de Plaza de Mayo fuesen unas viejitas tranquilas que se sientan a mirar el juicio plácidamente. Como si Ernesto Sábato y la CONADEP no hubieran copado las ediciones de Nunca Más, el informe que denuncia la desaparición forzosa de personas, publicado un año antes del juicio.
Sin embargo, parece que este grupo de jóvenes son los únicos encargados de condenar a los “fachos”, porque la sociedad argentina está llena de “fachos”, y nadie los ayuda. No importa si antes un presidente había derogado la Ley de Amnistía, haciendo posible el juicio en sí. Otro dato de color.
Strassera y sus pollitos van sorteando solitos las vicisitudes de una causa atravesada por amenazas y atentados. Le ponen un toque de frescura a los testimonios presentados en la película, que junto con un acertado uso de imágenes de archivo, te destruyen. Los relatos son atroces y son los que efectivamente se expusieron durante el juicio. En parte beneficia al sentido histórico de la película, que como ya vimos, no se apega cien por ciento a la realidad.
Hace algunos años, tuve una reñida discusión con mi padre, porque yo estaba horrorizada al haber visto en un programa de noticias a una persona diciendo que el único error de la dictadura había sido no poner un listado con nombre y apellido de las personas asesinadas.
Mi padre me respondió que sí, que era cierto, que los que estaban en el poder institucional eran los militares, por ende, su accionar estaba consentido por el máximo poder. Que así funcionaba el sistema político.
A mi padre lo desaparecieron los militares, seis meses, lo detuvieron en la cárcel de Neuquén. Él estudiaba administración, trabajaba en catastro y era chacarero. No tenía relación con la militancia. Entraron en su casa de madrugada, le vendaron los ojos y se lo llevaron. Cuando recobró la libertad se fue del país jurando que no iba a volver. Volvió. Él no habla de eso. Hace mucho que creo que ya no quiere hablar de los desaparecidos. Hace más de 30 años que intenta hacer pie en un país que parece que sólo se pone de acuerdo para ir al cine a mirar la misma película. No romanticemos.

La visión de los hechos de mi padre no es para nada taquillera. Y me parece que con esta película, Santiago Mitre propone más una puesta en escena que una película histórica. En ese sentido el film está muy bien conseguido. Con gran expectativa a los Oscars, Argentina, 1985 avanza a paso rápido con la producción de Amazon Prime. Esperamos con ansias ser galardonados.
Al terminar la película, la sala entera estalló en aplausos. Incluso antes, durante el espectacular discurso de acusación de Strassera ya se sentía en el ambiente esa palpitación. Salgo del cine emocionada, movilizada, sintiendo la deuda que tenemos con esa sensación de justicia. Cuesta creer que en Tribunales alguna vez hubo un tal Julio Strassera que hizo justicia. Cuesta creer que alguna vez, alguien, tuvo un gesto heroico con esta patria. Cuesta creer que en Argentina, alguna vez, estuvimos todos de acuerdo en algo.