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Sí, les juro que sí.  Les voy a recomendar un libro que no terminé. En realidad, lo correcto sería decir un libro que no quiero que termine. No me sucede seguido, pero me ha pasado. Te encariñas tanto con la historia y los personajes que no queres que termine nunca, Siempre terminan, hay que ser fuerte. Y ese día sentís una emoción en el pecho que no podría definir.  Y, ya que estamos en confesión (y ustedes tienen la obligación de mantenerlo en secreto), les cuento que cuando termino de leer estos libros, los abrazo fuerte. No los quiero soltar.

Todo esto y más, me está pasando con la obra póstuma Yo recordaré por ustedes del gran Juan Forn. Había llegado a él sin saber que lo había hecho. Su colección rara avis de Tusquets es magistral, rescatando joyas y consiguiendo publicar a promesas como Camila Sosa Villada con su novelón Las Malas. Acá reseñamos Anticonferencias de Blaistein, también rescatado por Juan. Me parece justo entonces hablar un poco de Forn y de Yo recordaré por ustedes.

Juan Forn creó el suplemento Radar Libros en el diario Página/12 en 1996, sección cultural que sigue viva bajo el nombre de Radar. En ese diario escribió por mucho tiempo unas crónicas que hizo llamar Contratapas que se publicaban los días viernes. Él mismo contó en una conferencia las dificultades que presentaba su escritura: tenía sólo cien líneas, lo que lo hacía condensar mucho su escritura. El segundo aspecto que le complicaba era la deriva, algo que le gustaba realizar porque quería perderse y contar dos historias a la vez. Más o menos lo que vengo haciendo en mis publicaciones en Lalalista, pero con mucha menos sensibilidad y talento. 

Les pido perdón, es lo que hay.

En el libro se propuso ir juntando todas esas historias que fue escribiendo y reordenarlas de manera que las mismas sean un viaje por todo el planeta y todo el siglo XX. Un viaje que comienza en África como la historia de la especie humana. El resultado es espectacular y voy a tratar de buscar razones. Acá, generalmente, me gusta recomendar libros de ficción, pero las historias que Juan cuenta son literarias. Con esto quiero decir que no son sólo crónicas sino que son algo más, o acaso sean excelentes crónicas y yo, inexperto en esto de leer no ficción, me esté perdiendo un mundo. 

Puede ser. Les pido perdón, es lo que hay.

La realidad ocurre sin pedir permiso y el mayor reto, como dice Juan Villoro, es que la crónica narre lo real como un relato cerrado. ¿Cómo lo logra Juan Forn? Contando los hechos como los leyó o escuchó, pero creando una historia nueva y mejor. Los protagonistas adquieren forma de personajes de un cuento o de una novela. Son personas conocidas (o que deberíamos conocer), pero de repente nos olvidamos de que las conocíamos, y las queremos descubrir como nos las cuenta Juan. A través de sus ojos y a través de sus palabras, el mundo es mucho más bello. Y acaso no es eso la literatura, la búsqueda de belleza. Lo único que perdura en esta vida es el arte, visitamos museos para observar esculturas de más de dos mil años y pinturas de más de quinientos. Recomiendo que interrumpan la lectura si son amantes del arte y busquen su contratapa “Pintar la nieve”. 

Seguimos. Las crónicas de Juan Forn van a perdurar porque tienen belleza, el eje de su obra son las historias que quiere contar, adornando esa realidad y mintiéndonos para que todo sea más bello. “Recordar no es un mero acto de memoria, lo sabemos. Es un acto de creación. Es fabular, proponer una leyenda, pero sobre todo fabricar. Es decir, instaurar.”, dice Vinciane Despret en A la salud de los muertos. En Yo recordaré… Juan hace prácticamente eso, crea nuevas historias y nos fabula todo el tiempo. Es mágico pensar que un hombre que no vive más en este plano, nos dejó un libro para que podamos vivir el mundo a través de él y de sus memorias.

Ya dije todo sobre la belleza y sobre esos hombres y mujeres que se mueven en las crónicas como protagonistas de narraciones literarias. Todo esto ya justifica que vayan corriendo a comprar el libro, ya lo deben haber hecho. Si les quedan dudas, les tengo más cosas. Además de leer historias muy divertidas, otras muy sensibles y otras no tan conocidas, lo más importante de leer este libro es que uno se vuelve más culto, más inteligente, más sensible y más viajado a medida que avanza en su lectura. Entonces, la ecuación cierra por todos lados y se convierte en la inversión perfecta. No estamos comprando criptomonedas que no sabemos ni entendemos qué son, acá no hay manera de no entender lo que leemos. Estamos viajando por el mundo y por el tiempo. Dos cosas imposibles en los tiempos que corren. Estamos aprendiendo el alfabeto griego con las nuevas cepas y en Argentina no es nuestro mejor momento económico. Nunca lo es, pero bueno ahora ni en cuotas vamos a poder. Con respecto a viajar en el tiempo me tengo más fe. Qué bueno sería, o mejor teletransportarse. Ese sería mi invento preferido para el futuro.

Y para que vean que Juan Forn está siempre presente, hoy empecé a leer El que tiene sed de Abelardo Castillo donde escribió el prólogo de mi edición. Presten atención y van a verlo por todos lados. En la literatura argentina, Forn es una figura omnipresente. Le habían recomendado cuando estuvo al borde de la muerte que parara, no creo que le haya hecho mucho caso y se nos fue joven.

“No se escriben novelas la noche antes de morir”, dice Cesar Aira. Acá sí, la noche antes de morir se escribieron crónicas y nos quedó uno de los libros más hermosos que se hayan escrito sobre pequeñas grandes historias del siglo XX. 

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