Traducido al español por Julián Alejo Sosa.
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Nota de la autora:
Debido a la naturaleza de este artículo, el tema que se trata es muy personal. Por tal motivo, se omitieron algunos detalles por cuestiones de privacidad. Dicho eso, la idea es compartirles tanto como me sienta cómoda para que puedan tener una idea fiel de lo que fue la experiencia.
“Bueno, ahora es el turno de los caballos”.
Seis meses de trabajo con mi terapeuta empezaron a mostrar progreso con cada semana que pasaba. Sin embargo, habíamos empezado a darle vueltas a un bloqueo que simplemente no quería desbloquearse.
Cuando me dijo eso, le pedí que me explicara un poco más. “Ay, te mueven la energía de una forma que no podés imaginar”, me explicó. “Corren, comen, cagan, muerden, pelean. Vamos a llevarles algo que quieras trabajar y te van a mostrar lo que necesitás ver”.

Escenario
La granja se encuentra ubicada en Villa Elisa, a una hora de la capital. Somos cuatro pacientes en total, incluida mi terapeuta, quien planea asistir a todas las sesiones con nosotrxs para tener más herramientas para nuestras sesiones futuras.
Antes de que empezar con la primera persona, la dueña y coordinadora, Gabriela Abram (Gabi, para lxs amigxs), nos pide que nos sentemos en una mesa de piedra afuera del establo, donde nos explica algunas cosas importantes.
“Los caballos son presas”, nos explica Gabi, “lo que significa que son extremadamente sensibles. Uno de los caballos es el líder de la manada y él va a ser el encargado de decidir cómo empieza y continúa la sesión una vez que entremos al corral. Yo les voy a hacer algunas preguntas para que empecemos a trabajar el escenario, pero la mayor parte de todo va a surgir de lo que observemos de los caballos”.
Una vez que pasaron las primeras dos personas, llega mi turno. Abrimos la primera tranquera y la cerramos. De inmediato, nos detenemos antes de abrir la última puerta del corral. Gabi me mira y me pregunta si hay alguna pregunta o tema en particular que quisiera trabajar. Le contesto que es bastante ambiguo. Tiene que ver con mi relación con la masculinidad, tanto en mi familia como en mis relaciones con los hombres en general. Asiente y entramos al corral lodoso y vacío, donde hay solo un único caballo castaño oscuro a lo lejos.
Personajes
Nos empezamos a acercar hacia caballo hasta que estamos en el centro del corral. El caballo gira hacia nosotras.
“Es el líder de la manada”, me dice Gabi. “¿Cómo te sentís?”.
“Me siento juzgada. Es como si me estuviera estudiando y decidiendo si confía en mí o no”. El caballo y yo no rompemos el contacto visual por un largo rato, hasta que finalmente gira la cabeza hacia un lado y avanza hacia adelante para comer algo. Lo interpretamos como si nos estuviera dando permiso, por lo que seguimos avanzando, navegando por el terreno lodoso lo mejor que podemos. Finalmente, llegamos a la entrada del segundo corral, en el cual hay muchos más caballos.
Empiezan a acercarse a nosotras y, uno por uno, pasan a mi lado para entrar al corral que estamos por abandonar. Mientras el primer caballo castaño oscuro los reúne al otro lado, el caballo más pequeño de la tropilla se tira al suelo inesperadamente.
“¿A qué te hace acordar?”, me pregunta Gabi.
“A mi papá”, le contesto, “y a mis hermanos, y a mi mamá”. Gabi me pide que señale qué caballos lxs representa mejor y que diga sus edades.
“Creo que mi hermana todavía no está acá”, le digo, riendo. Pero a medida que las palabras abandonan mi boca, un caballo blanco hermoso se me acerca y se detiene a mi lado. Enseguida, gira hacia mí. Me deja acariciarle la cabeza. “Ah, acá estás”. Se une al resto, pero se mantiene alejada.

“Estoy muy orgullosa de ella, acaba de empezar a estudiar derecho en la universidad y es una mujer maravillosa. Se casó bastante joven y yo, en su momento, no estuve tan de acuerdo con la decisión; era tan diferente a lo que yo quería… pero ella estaba construyendo su propio camino”.
Gabi asiente. “Es interesante que tu mamá esté comiendo del lado opuesto a tus hermanos y tu papá”.
“Bueno, últimamente está haciendo muchas cosas para ella. Fue ama de casa durante veinte años. Después volvió a estudiar y renovó su licencia de maestra, y empezó a trabajar otra vez. Ahora está haciendo un curso de escritura creativa y… creo que nunca la vi tan feliz”.
Acción creciente
Seguimos caminando por el corral entre otros caballos dispersos en grupos. A mi derecha, hay un grupo de caballos castaños, bastante parecidos entre sí. A mi izquierda, hay caballos blancos con manchas marrones que comen juntos, con otros que están algo ocultos entre los árboles.
“Acá hay tres hembras y un macho”, me dice Gabi. “¿Quiénes podrían ser?”.
“Mi papá y sus hermanas, quizás. La más chica murió muy joven, a los 28 más o menos”.
Gabi asiente pensativamente.
“Esa fue la muerte que vimos antes, cuando el caballo se tiró al suelo”.
En ese momento, aparece otro caballo blanco hermoso a un par de metros que también se tira al suelo.
“¿Y de quién es esa muerte?”.
“Mi abuela paterna”, le respondo. “Era una matriarca increíblemente sabia. Me hacía sentir muy comprendida. ¿Ves ese caballo chiquito a su lado? Me recuerda a cuando nos invitaba a pasar un fin de semana a solas con ella, siempre unx nietx a la vez. Solo vos y ella. Y era el finde más especial de todos”.
Clímax
Gabi asiente y se lleva una mano al pecho.
“No siento conflicto en eso”.
Gira hacia mi terapeuta. “¿Sentis eso? ¿Esas nauseas?”.
Mi terapeuta asiente y, con algunas lágrimas en los ojos, se inclina hacia adelante. “Es como si tuviera ganas de vomitar”.
“Tenés algo más para mover”, dice Gabi. “¿Hay alguna otra cosa de la que quieras hablar?”.
Me quedo en silencio por un momento.
“Bueno, me gustaría saber por qué me odio tanto. O, al menos, por qué me castigo tanto”.
Y en ese momento, casi sin anticiparlo, confieso un episodio de mi adolescencia temprana, por el que sentí mucha vergüenza y rechazo en una etapa de mi vida en la que, probablemente, estuve más aislada que en cualquier otro momento.
En ese instante, Gabi y mi terapeuta se quedan boquiabiertas cuando uno de los caballos muerde a otro y se aleja, dándole la espalda.
“Ahí”, dice Gabi. “¿Lo viste? Están manifestando el rechazo y la vergüenza de ese momento”.
Asiento, algo mareada, a medida que esas emociones que llevaban reprimidas desde hacía tanto tiempo empiezan a brotar dentro de mí, rodeada por un entorno surreal.

Resolución
“Estoy esperando la siguiente escena”, dice Gabi. “Todavía queda mucho por resolver”.
Antes de que pudiéramos hacer otra cosa, un caballo nuevo aparece desde el bosquecito y avanza hacia los árboles que teníamos al frente. Empieza a rascarse despacio contra uno de los árboles, hacia atrás y adelante, y luego lo hace más rápido, más fuerte.
“Ese es Guru”, me dice Gabi. “Es uno de los caballos más viejos acá, tiene cuarenta años. La mayoría vive unos 25 o 30 años, como mucho. Casi nunca aparece, pero cuando lo hace, es porque trae un mensaje muy importante”.
Mientras Gabi habla y Guru se frota el cuello contra el tronco, empiezo a llorar.
“Se está limpiando por vos. Está limpiando la culpa y el dolor de tu pasado”.
Guru termina de frotarse contra las ramas y avanza junto a los otros grupos para regresar a su lugar en el bosquecito.
“Te está diciendo que tenés que dejar atrás toda esa vergüenza y culpa”, continúa Gabi. “Tu familia está unida y bien. Pero tu camino está separado de ellxs. Es un viaje espiritual muy importante y tenés que continuarlo sola”.
No puedo hablar por casi media hora una vez terminada la sesión. Finalmente giro hacia una de las pacientes (una amiga cercana) y le pregunto, “¿A vos también te hicieron llorar los caballos?”.
Asiente y nos reímos. Así nos acostamos en el pasto sobre nuestra mantita y nos quedamos mirando al cielo, juntas.
Para reservar tu sesión de Constelaciones Asistidas por Caballos, podés contactar a Gabi en Pacagua por Whatsapp al +5491133078849 o por correo electrónico a info@pacagua.com