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Me encara el cinéfilo de mi grupo de amigos y me pregunta si había leído algo de Isidoro Blaisten. Ni sabía quién era, y me nombra a otros dos amigos (grandes lectores) que lo tenían de ídolo. Una bronca me agarró, porque lo único con que conectaba ese nombre era con el local donde había comprado la grifería del baño de casa.

Entonces hice lo que todo ser humano hace cuando no sabe algo. Fui a buscar el disco del Encarta ´98, lo coloqué en la disquetera y me apareció todo lo que debía saber de este buen hombre. Nacido en Concordia (Entre Ríos), pero vivió toda su vida en el barrio de Boedo. Allí alternaba su oficio de librero con su vocación de escritor. Varios premios nacionales, ok más vergüenza. No lo conocía, debo ir a comprar algo de él. Ya. 

Así que voy a la librería y pregunto qué tienen de él. No mucho, solo Anticonferencias. El nombre ya me llama la atención, veo la tapa con un pelado de bigote tupido sentado con la pierna por detrás de la cabeza. Listo, me decido y lo llevo. Empiezo a leer este libro indefinible y ya me doy cuenta que estoy con una escritura diferente. Me insulto por haber estado distraído, pero enseguida me tranquilizo por haber llegado a él. La famosa falta lacaniana del lector donde siempre ponemos énfasis en lo mucho que nos queda por leer en vez de sentirnos felices por todo lo que ya leímos. No sé si dice eso Lacan, pero yo lo tomo así. 

Las primeras entradas son fantásticas. Con humor y agudeza recuerda sus años de estudiante secundario. Debo admitir que me gusta mucho leer cuando los escritores hablan sobre la literatura. Y cuando se cagan de risa de los lugares inmaculados que ocupan algunos saberes, más. Tal vez sea el lugar más difícil de llegar. Ahí cuando el humor se combina con una prosa impecable y te hace sacar sonrisas silenciosas, uno puede sentir que el mundo es menos injusto. El humor es el mecanismo de defensa más grande que tenemos. Cuando no se tiene sentido del humor, no se tiene nada. 

Me interesa hacer esta especie de catarsis y defender al gremio de las personas que tienen facilidad para hacer reír. Y paradójicamente digo facilidad cuando la tarea no es para nada fácil. Todos podemos ver cómo los actores de comedia son infravalorados frente a los actores dramáticos. Un ejemplo de ello: es muy raro que un actor se lleve el Oscar a mejor actor por su trabajo en una comedia. Yo no lo recuerdo. Lo mismo sucede con los escritores. Grandes escritores son encasillados como escritores que escriben gracioso y con ello catalogados de no escribir literatura o escribir literatura menor. Desde esta humilde columna, reivindico el humor como el arma más grande que tenemos para seguir adelante. Para ser menos infelices: lean al negro Fontanarosa, a Groucho, a Woody Allen, a Kurt Vonnegut o al querido Isidoro Blaisten. 

Y sobre su opinión del humor va a decir:

“No me gustaria que me encasillaran como humorista. Yo no me propongo divertir a nadie. No soy más que un humilde cuentista. Creo, eso sí, que el humor es una aristocracia del alma. Para mí, el sentido del humor es inherente a la escritura. Mi amigo Boris dice que una tragedia que dura más de cinco actos se convierte en una comedia. Creo que el sentido del humor es una cuestión individual. Hay distintos sentidos del humor. Hay gente que no tiene sentido del humor, y hay gente que no tiene sentido(…) También dije que el humorismo es una forma de la piedad, que un humorista es un escritor que se ríe de nervios y que el humorismo es la penúltima etapa de la desesperación.”

Después me puse a pensar en Buenos Aires porque en una parte del libro nos cuenta toda sobre su búsqueda de información para una nota sobre la ciudad que le habían encargado por los cuatrocientos años de la ciudad. Hay una parte que me parece genial. Se da cuenta que le encargaron la nota a él porque es un hombre que no se ha movido de Buenos Aires salvo para nacer. Entonces, un amigo le contesta: “Mire, yo he subido a cien aviones, he dado la vuelta al mundo, creo que ya no me queda país por visitar. Solo le puedo decir una cosa: ningún país, ningún viaje, ningún avión le va a dar nada de lo que usted no tenga adentro”. 

O sea, hay varias cosas acá. La primera es que me parece tan divertidas las escenas donde se encuentra en los cafés y comienzan a filosofar de la vida. Algo tan porteño que duele. Luego, debo reconocer que como alguien que ama viajar y conocer el mundo me lastima la frase. Ahora encierra también una verdad universal y es que te podés ir al lugar más alejado del mundo que si no estás bien no vas a encontrar nada. Se lo voy a comentar a mi psicóloga el lunes.

Entonces, seguí leyendo sobre Buenos Aires y sobre la carta al Intendente que el fantasma de Roberto Arlt le recomendó que haga porque siempre hay que peticionar a las autoridades, siempre. Con humor y con respeto. Le escribe: “Excelentísimo señor intendente de la Ciudad de Buenos Aires. Por consejo de Roberto Godofredo Christophersen Arlt y con todo respeto, quisiera peticionar. Sr. Intendente: ud. que puede, prohiba. Prohiba que se destruya la Confitería del Molino, la confitería Las Violetas, las escalinatas de Guido y Agote, el Tortoni, la casa de Celedonio Flores, la casa de Carriego. Y por favor , haga lo posible para que nadie toque esta esquina de San Juan y Boedo. Que nadie la convierta en nada. Para que este <<cielo antiguo>> no sea <<cielo perdido>>. Gracias.”

Por suerte casi todos los pedidos siguen en pie y se está por reabrir la renovada Confitería del Molino. Pero como siempre hago en estas notas me puse a pensar en mí, que no nací acá pero que también me autopercibo porteño. Y me puse a pensar en la revista, porque esta revista ¿no es, acaso, una revista de Buenos Aires y su cultura?. En realidad, no sé lo qué es La La Lista y tal vez eso sea lo que más me gusta de escribir en ella. 

 

En todo caso, Buenos Aires es una gran ciudad, La La Lista es una gran revista e Isidoro Blaisten es una joya que debemos leer alguna vez en nuestras vidas.

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