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Podría empezar explicando de dónde viene Félix Bruzzone y hacer un repaso preciso de su biografía y de todo lo que rodeó y la influencia en su escritura. De eso no hay ninguna duda, explicar que la posición social que ocupa Félix lo lleva a contar lo que escribe me parece simple. Y pienso que haría perder riqueza a mi parecer en el análisis de la obra 76. Bruzzone, como anticipa el título de su libro, es hijo de desaparecidos. Desde ahí escribe, pero no se queda en ese lugar sino que sigue construyéndose en el presente. Es una literatura del yo que podría no serlo. ¿Qué querés decir? Que no me importa que las historias que nos cuentan en el libro sean verdad o hayan sido así. Lo que sí creo y les aseguro que así lo van a sentir es la sensación y los sentimientos con los que vive el narrador y protagonista de casi todas las historias.

El cuento del que más voy a tomar cosas es Otras fotos de mamá, porque la historia del protagonista es la que más me impactó. Comienza buscando a su madre del pasado en una charla con Roberto, un ex novio durante su militancia, para pasar a “olvidarse” de esa búsqueda e interesarse en encontrar a su madre en el presente con Cecilia, la pareja actual de Roberto. La acompaña en las actividades de madre que suceden durante la historia: como ir en compra de los tapones para botines del hijo. Allí donde el protagonista encuentra una madre es donde conectas y entendés lo que es el presente de un hijo de desaparecidos.

Estoy convencido de que en mi lectura pude conectar mucho más que otros que no hayan tenido la desgracia de perder a sus madres, pero tal vez aquellos que tienen la suerte de seguir teniendolas puedan ver lo que nos sucede a los que la perdimos. Un aprendizaje que en el futuro les va a servir. La pérdida de una madre es un acto individual que se vive igual para todos. En mi experiencia personal, me pasó que se me acercaban adultos a darme el pésame y a decirme que ellos también la habían perdido y me entendían: se les había muerto a los 80 o 90 años, pero no importaba. Ellos lo habían vivido igual que yo, habían perdido el nexo con la nada misma. Somos nada y nos transformamos en algo después de aproximadamente nueve meses dentro de una persona. Esa pérdida de ataduras con lo desconocido la vivimos casi todos alguna vez en nuestras vidas. Es parte del ciclo. Los mejores libros que leí sobre esto fueron Diario de duelo de Roland Barthes y También esto pasará de Milena Busquets.

De las notas que hice sobre las notas de duelo de Roland me convencí que quería escribir o intentarlo. Así también me di cuenta que mi madre seguía influyendo en mi vida desde otro lugar.

Dejo el paréntesis para otro momento y vuelvo a la obra que les recomiendo. 76 es un gran libro de cuentos de un autor joven. Por lo menos lo era cuando lo escribió. A veces está bueno leer literatura menos trabajada. Como el primer demo puro y sucio de esa banda de rock que después será producida por los mejores en Londres o Nueva York. Sobre su escritura, hay algo que Tamara Kamenszain definió como “testimonio ofensivo”. La importancia de estas nuevas obras, en mi opinión, nos permite conectar mucho más y mejor con la historia de nuestro país. Como les conté cuando visité “La casa de los conejos” en La Plata que a través de las balas en las paredes en ruinas pude sentir el horror de la dictadura. Así me pasó con los cuentos de Félix Bruzzone.

Felix Bruzzone

76 es más que una obra sobre un hijo de desaparecidos, son cuentos que trascienden la dictadura. Con esto, ni yo y menos el escritor queremos menospreciar la barbarie cometida por los militares durante la dictadura. Durante los cuentos, vemos como el protagonista todo el tiempo tiene atravesada la cuestión de la búsqueda de su identidad y de la madre que le asesinaron. Pero el protagonista nos muestra que ha superado los peores años y puede seguir viviendo. Las filtraciones que hace a la manera de narrador olvidadizo o un historiador distraído podemos decir que son las que más nos hacen sentir la cuestión de su pasado y su presente. No interesa la escritura testimonial sino la que sentimos como lectores.

Cuando esta conflictividad se supera, la obra carece de toda “voluntad reivindicativa” y la obra literaria deja el paso de la militancia, memoria y testimonio para pasar a contar historias triviales que nos pueden suceder tanto a mí como al protagonista. Este paso a la “posmemoria” nos permite conectar mucho más con el texto. Como sucede en el cuento Otras fotos de mamá, el protagonista prefiere quedarse hablando con Cecilia de las cosas triviales que le suceden, del café o del hijo que tiene que jugar al rugby con lluvia y barro. Ahí la memoria del pasado se reescribe en el presente, la madre del presente que no existe pero está reescribiéndose aparece y la madre del pasado (la de las fotos) no importa y por eso se olvida de avisarle que le pida las fotos a Roberto. 

La trivialidad es una constante en los cuentos de 76, todo el tiempo se habla del clima (tal vez la charla más trivial del planeta). En El orden de todas las cosas, durante el pico del clímax cuando se entera que Claudia (tal vez el único y último nexo con su madre) está enferma, aparece una escena de un almacén y la compra de un salchichón primavera demasiado grueso como para poder disfrutarlo en un picnic. Estas inclusiones no son casuales, Félix Bruzzone sabe que no puede escapar de lo que es y que las historias van a ir dejando todo lo que tenemos que saber sobre su pasado y su presente.  A esto, tal vez podemos referirnos con el concepto de amnesia activa. Ese interés distraído te destruye como lector, esa verdad afectiva donde podemos ver todos los sentimientos del personaje, pero sin necesidad de recurrir a la verdad objetiva y al testimonio. No nos importa si el clima había estado soleado o había sido un día inestable, lo que importa es lo que siente la abuela. Nos va a hablar mucho más de ella que la verdad meteorológica. 

Para concluir quiero resaltar las bondades de esta nueva literatura y narrativa como un modo de inflexión de la narración en el entendimiento de nuestro pasado. La verdad objetiva, si creemos que existe, la dejaré para los libros de historia o testimoniales. En una obra literaria, yo por lo menos voy a preferir este tipo de obra donde la verdad afectiva es la que se incluye en el silencio y en el esbozo, donde el protagonista se nos muestra de manera fragmentaria, con sus olvidos y con su lenguaje desafectado. En esa construcción, desde un narrador distraído, podemos conectar con él y sentir todo lo que le pasa. Y nosotros, los que tampoco vivimos el horror de la dictadura, podemos también reconstruir el presente a partir de estas historias y empatizar con los hijos y nietos de desaparecidos o tal vez con aquellos que perdimos a nuestras madres.

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