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“¿Por qué escribir sobre libros?” se pregunta Baricco en su último libro Una cierta idea del mundo. Yo me pregunto lo mismo. Él se contesta que los libros simplemente están ahí, de a miles, exponiendo una sociedad de placeres pacientes que contribuyen, silenciosamente, al desarrollo de la inteligencia y de la fantasía colectivas. Me encanta este pensamiento y más cuando atravesamos un año y medio tan difícil. Los libros son maneras de vivir en otros mundos, aunque sea por un rato.

Al momento de escribir esta nota estamos en el “Día Internacional del Libro”, celebración que homenajeamos por el fallecimiento de William Shakespeare y Miguel de Cervantes. Si escarbamos un poquito, sólo un poquito, nos vamos a enterar que Miguelito murió el 22 y lo enterraron el 23 y que Guillermito murió el 23 de abril del calendario juliano que en nuestro hermoso calendario gregoriano es el 3 de mayo. También murió Nabokov ese día y prefiero elegir algo que sí pueda comprobar, ¡Feliz día para todos! Y por ello,  les traigo una promoción 2×1. Dos libros de lecturas que hice consecutivas: La comemadre de Roque Larraquy y Los cuerpos del verano de Martín Felipe Castagnet.

La historia de hoy comienza en un cruce de pasillo con un compañero de laburo con el que nos ponemos a charlar como si en el mundo no hubiera una pandemia. Este buen hombre me dice que para él soy uno de los más lectores del trabajo. Halagado, le devuelvo el cumplido y le pregunto qué había estado leyendo. Y no va que me recomienda dos libros. Qué lo parió. Anoto en mi lista del celular y seguimos sendos caminos hacia nuestros puestos de trabajo. Somos obreros metalúrgicos.

El mundo sigue empecinado con la pandemia, pero sigo viviendo y en una de las salidas de la fábrica paso por una pequeña librería. Una típica de esas por Palermo con un bar en el que se sirven tragos que nadie quiere beber porque los que entramos ahí solo queremos gastar plata en libros. Bueno, en una de esas consigo mis dos libros y me voy a casa. Contento como perro con dos libros. 

Y empiezo con La comemadre de Roque Larraquy. Debo admitir que me atrapó desde el principio. Los personajes se encuentran en un hospital de Temperley en 1907. Y los focos puestos en los pasillos del hospital y en un médico psiquiatra que parece honesto y se está enamorando de la jefa de enfermeras. Una workaholic que no parece darse cuenta de que los doctores la desean. Sentimos el espíritu del positivismo, corriente filosófica preponderante hacia finales del siglo XIX, que sigue latente en este hospital alejado de las luces de Buenos Aires donde se pueden probar cosillas raras.

Y un día, llega el dueño del Hospital y el director. Reúnen a todo el equipo médico y les leen un estudio sobre la guillotina de no sabemos bien qué siglo. En él, se revela con precisión cartesiana que cuando se les corta la cabeza de manera correcta, los guillotinados pueden vivir unos segundos separados del cuerpo. Fuerte. No tanto para estos científicos ávidos de conocimiento que buscan la verdad sobre lo que hay del otro lado de la vida…

La segunda parte de La comemadre nos traslada a la Buenos Aires del año 2009. El límite de lo permitido o no, los bordes de la ética ya no van a estar en la ciencia sino que en la búsqueda de un artista aniñado. Un conflictuadito, podríamos decir. Y debo reconocer que el mundo de los conflictuados y el arte son dos de mis temas favoritos cuando se tocan en la literatura. Algún día desarrollaré esta idea en otra reseña. Me fue más fácil encontrar relaciones entre los dos libros que leí que entre las dos mitades de esta novela, pero la novela fluye y es un gran libro.

“Es bueno tener otra vez cuerpo, aunque sea este cuerpo gordo de mujer que nadie más quiere…” empieza la novela de ciencia ficción Los cuerpos del verano de Martín Felipe Castagnet y ya te aparece la primera alerta. Comienzan las concesiones del lector porque este futuro no muy lejano en el tiempo, donde las personas que mueren van a poder quedarse flotando en la internet, se va a transformar en una historia muy verosímil. Cualquier semejanza al iCloud no es coincidencia. En ese estado virtual vas a poder tener la misma vida que tenés ahora, pero sin la parte física. Hasta que tus familiares o por mérito propio (dinero) tengas la capacidad de acceder a un cuerpo y continuar en ese cuerpo. Cuanto más plata, mejor cuerpo. Capitalismo always wins.

No les voy a mentir: me costó entrar en la nouvelle porque aparte empiezan a aparecer muchos nombres, pero una vez que lo haces, no querés salir más y te pone triste que termine tan rápido. La escritura es tan real y ese mundo tan lejano se va convirtiendo en cercano porque al fin y al cabo somos las mismas personas y seguimos teniendo los mismos sentimientos: el amor, la ambición, la venganza. El protagonista flota por más de cien años y cuando vuelve lo único que lo mueve son estos sentimientos, sobre todo el de venganza. 

Ya está, es suficiente para decidir si lo leen o no. Yo les recomiendo que sí. Y les recomiendo también que sigan la lectura de la nota porque me encantaría analizar el placer de las lecturas al hilo. 

La cantidad de semejanzas que encontré entre ambos libros no hubiese podido hacerlas de leerlos separados en el tiempo. Fue genial encontrar en tres Buenos Aires separadas por cien años, las mismas pasiones y los mismos errores que constantemente cometemos. Recuerdo esa definición de la Historia que aprendíamos de memoria en la escuela: “La Historia es el estudio de los hechos del pasado para entender el presente y no repetirlos en el futuro.” Bueno, aplica también para la literatura y para lo que Baricco nos dice sobre los libros como esos placeres pacientes que silenciosamente contribuyen al desarrollo de la inteligencia y fantasía colectivas.

Uno se va armando su propio camino de lecturas y de acuerdo al orden de esas lecturas uno va formándose como persona. Todxs nos acordamos la primera vez que leímos El Principito, todxs tenemos un libro que nos marcó la infancia y un libro que nos hizo lectores. Puede o no coincidir con el de la infancia. En mi caso no fue así. No nací lector. Un verano me encontré en un día lluvioso de Mar del Plata rodeado de cinco mujeres. Y un libro me guiñó el ojo. Ese libro se llama Fútbol, a sol y sombra de Eduardo Galeano y fue la primera vez que leí algo por placer. Los libros nos forman, de eso no hay dudas. Creo fervientemente que soy mejor ser humano después de haber leído a Dostoyevski. 

Y el orden de nuestras lecturas nos formará como lectores, o como personas, que para nuestro caso es lo mismo. 

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