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El título pretende anticiparse que no van a recibir una nueva y aburrida chorrada de palabras alabando la novela de Laura Alcoba. No lo necesita ella ni ustedes. Ya lo han hecho otros, y mucho mejor. 

Me llamo Guido. Nací en La Plata, estudio Artes de la Escritura (porque a veces está bueno tener un título que no sirva para nada) y soy mejor amigo de Victoria Julieta. Para entender cómo llegué a La casa de los conejos tienen que retener esta información. Al menos por lo que dure la lectura, si es que deciden continuar.

Para ser breve y darles una idea de la novela, la describiré a modo de una contratapa de libro. A mediados de los años setenta, en la ciudad de La Plata, una niña de ¿8 años? es hija de dos militantes montoneros. Enseguida podemos ver a esa niña adaptada en un mundo con padres y amigos de la familia guerrilleros, que están convencidos de la guerra que llevan a cabo (los protagonistas de la historia se definen así). Y esa niña debe comportarse diferente, su normalidad es ir a la casa de sus abuelos sola en el micro  (en La Plata le decimos así a los colectivos) para que la lleven a la escuela, jugar a juegos para poder ver si los persiguen mientras caminan o aprender a usar un nombre y apellido falsos en una escuela a la que un día tendrá también que dejar de ir.

 Como platense nativo autoexiliado puedo conectar enseguida con la historia. Y dicho esto, también debo decir que todos van a poder imaginar los paisajes que esa niña describe desde su inocencia no tan inocente. Y más aún, les va a pasar como en los buenos libros, sentirán unas ganas irrefrenables de conocer, de viajar y de comprobar en carne propia esas placitas platenses y sus callecitas tan caminables. Cuando leí la Plaza Moreno, les juro que quise agarrar el auto y estar ahí mientras leía la novela. Conozco muchos porteños que no conocen la ciudad de las diagonales, no les voy a decir que es la ciudad más linda del mundo, pero por estar a tan poca distancia bien merece una visita. Aprovechemos que no se puede viajar y piensen que llegan a una ciudad de Europa con una catedral gótica imponente, con casas construidas por Le Corbusier y un bosque en el medio de ella.  

La segunda luz de neón que me llevó al libro fue una hermosa reseña. Sí, puede haber reseñas hermosas y después está la que vienen leyendo. En Artes de la Escritura vemos todo lo que se necesita saber para ser un escritor o fracasar en el intento. Teníamos que aprender el punto de vista. Los ojos y la voz con los que se cuenta la historia son los de esa niña. Y el gran acierto del libro es que no sale nunca de esta perspectiva. La literatura en un punto es esto, el arte de narrar. Contar con belleza una historia más o menos conocida de nuestro pasado nefasto. Vivir el horror a través de la inocencia de la infancia. Historias normales para una niña se transforman en horrores y en reprimendas de hombres (siempre son varones los que la retan). En la compra de una muñeca en una juguetería o cuando la vecina la invita a la casa para ayudar a elegir los zapatos que combinen con un vestido nos muestra todo lo que esa niña se está perdiendo. Ella tiene que vivir la vida que sus padres le habían elegido. La normalidad para una niña de ocho años había sido secuestrada. 

El tercer empujón que recibí para comprar este libro fue la aparición inesperada de Victoria Julieta. Digo inesperada porque tiene desapariciones recurrentes. Y nos trae a la memoria las palabras de Borges sobre la amistad: “Es que la amistad no necesita frecuencia. El amor sí. Pero la amistad y sobre todo la amistad de hermanos, no necesita frecuencias. El amor está lleno de ansiedades, un día ausente puede ser terrible, pero yo tengo tres o cuatro amigos a los que veo una o dos veces al año

Ella aparece y me dijo: “Vos, Guido, tenés que leer este libro. ¡Ya!”.  No me suele hacer ese tipo de comentarios y su participación en mi vida literaria se resume a su regalo en cada uno de mis cumpleaños. Después ni me hace comentarios ni me presta libros ni nada. En el caso de los regalos siempre cumple. Aplica las tres reglas de un buen regalo: ser algo que no elegirías para ti mismo, tener una relación especial con el regalador y ser del agrado del recepcionante. Le hice caso nuevamente y me compré el libro. Cuando lo terminé, le mande la foto por WhatsApp con el conciso mensaje “Tenías razón.” A lo que Victoria Julieta contestó “Llevame a conocer La casa de los conejos,” y allí estamos yendo. La paso a buscar y partimos para mi ciudad natal.

Llegamos a este lugar y siento esa energía triste de los lugares en los que personas sufrieron. Hoy cerrado por razones pandémicas, se puede observar desde la vereda el agujero que hicieron los militares que irrumpieron en la casa y asesinaron a los que estaban viviendo en la casa. Los balazos siguen en las paredes y también en la camioneta ya oxidada por el paso del tiempo. Esa en la que se camuflaban las entregas de los periódicos de la Evita Montonera que se imprimían en la casa de los conejos. Un pedazo de pared nos hizo comprender la historia mucho más que cualquier libro.

Hace cinco años, tuve la suerte de conocer Hiroshima y allí quedó en pie uno de los pocos edificios del bombardeo de 1945. La noche que llegué salí y me lo encontré. La piel se me erizó. Caminando por sus ruinas pude sentir todo lo que había pasado. Al otro día visité el Museo Memorial de la Paz y les juro que no sentí ni la mitad de lo que había sentido cuando visité la noche anterior ese edificio destruido. 

Por último, hacia el final del libro va a aparecer Edgar Allan Poe como clave de la historia. Nos va a mostrar que lo evidente está a los ojos de cada uno. Eso que damos por sabido es lo que no le prestamos atención y lo pasamos de costado. Cuando me preguntan qué leer, a veces pienso cómo llego a elegir los libros para mí. Y no lo sé, pero contesto que cuando mejor me va es cuando me dejo llevar por lo instintivo. Las señales están siempre ahí. 

Por ello, cada día me convenzo más que los libros son algo más que objetos, su contenido nos transporta a lugares que solo podemos vivir a través de ellos, eso es obvio. Pero los libros también son como personas. Tienen la inteligencia de acercarse en el momento justo. O acaso, ¿nunca sintieron todas esas fuerzas sobrenaturales que te llevan a tomar un libro en la librería? Que cuando lo comenzas a leer, sentís la sensación de que es el libro perfecto para ese momento de tu vida. Y cuando sucede ese acto mágico, uno puede ser feliz en este mundo paralelo.

La casa de los conejos de Laura Alcoba lo fue para mí y espero que también lo sea para ustedes.

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