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Cuando conocí a Taty No Duerme en Necochea, estaba en búsqueda de una buena pared. Andaba por la ciudad en bicicleta, sacando fotos de las paredes que cruzaba en el camino que le parecían buenas candidatas para sacarse un poco de manija.

Terminó eligiendo la pared de un pequeño edificio en la Plaza San Martín, la plaza central de la zona playera, conocida también como la plaza de los artesanos, por los numerosos puestos en que todos los días, decenas de artesanos venden sus productos. En las noches de verano, la plaza también es el sitio de varios espectáculos circenses, así como música en vivo. Y ahora, agregada a los múltiples encantos de la plaza está la cara gigante de un Gran Danés, con una mirada inexplicablemente expresiva.

Pidió permiso a los artesanos de la plaza, que le dieron el OK. No fue una obra comisionada, sino de amor. Con la participación de una amiga que le ayudó con el fondo, el mural les llevó no más de tres días. Yo llegué cuando estaba agregando una serie de toques finales. Los peatones paraban para contemplar la artista y el mural en curso, algunos le hacían preguntas, otros hacían chistes o le ofrecían palabras de aliento, todo mezclándose con la cacofonía agradable de la plaza en una noche calurosa de verano. Quería saber más sobre Taty y su viaje hacia hacerse muralista, así que nos encontramos unas noches después para hacer una entrevista.

¿Cuando te empezó a interesar el arte?

De chiquita. Mi mamá es artista, entonces ella siempre me dejó expresarme libremente dibujando. En el colegio, les llamaba la atención a los profesores que siempre dibujaba en todos los márgenes, hacía muchas decoraciones en los cuadernos, dibujaba las mesas y todo eso. 

Después, con los años dejé de hacerlo, en la adolescencia, me acuerdo que fue una etapa en que era más, como [se ríe], buscaba otras cosas. Pero a los 18 años calculo, empecé a hacer estenciles, agarraba el cutter y radiografías, hacía dibujos, logos de bandas, porque en esa época escuchaba mucha música punki, estaba muy metida en ir a ver bandas y todo eso. Y me interesaba. Lo veía en las calles, lo veía en toda la escena de lo que me gustaba, entonces creo que por ahí me atrapó empezar con los estenciles. Y hacía en las remeras, parches, en las paredes de las calles con amigxs, y fue todo así como una experimentación de salir a pintar y ver qué pasaba.

Después, los murales, fue más. También empecé a notarlo mucho en mi barrio, estaba en Palermo en ese momento. Y me llamaba la atención el tamaño, la inmensidad, los colores y la expresión. Me gustaba lo grande, y no quedarme encerrada en mi casa dibujando sino compartirlo con otras personas, y que tengan otra interpretación estaba bueno. Si uno está solo en su casa pintando, no es lo mismo lo que escuchás de afuera, pasan más cosas, ruido, sol, viento, te cambia completamente, estás más en el presente.

¿Cuándo hiciste tu primer mural?

Fue en 2014. Mi hermano me dice un día “che, por qué no te pintás mi terraza?” Que en ese momento tenía la pared libre, blanca, y me agarró un cierto miedo porque era una responsabilidad para mí, pero bueno, es mi hermano, así que me mandé.

Estaba en una etapa en ese momento en la que hacía aros, espejos, y todo con formas de mandala, dibujos medio psicodélicos, que me gustaba esa forma de no forma, porque no era lo figurativo, sino que era más como una expresión interna de solo…hacer colores y…flashear. 

Hice un mandala y todas plantas extrañas. Hoy en día lo veo y digo “qué horrible”, pero estaba buena la búsqueda. Ahí fue el primero, en 2014, así que harán 7 años que estoy pintando paredes. 

¿Cómo empezaste a conseguir laburos de muralismo?

Hubo una época de boom de bares y cervecerías en 2016 y 17, y me empezaron a salir trabajos de murales, y ahí dije “upa! acá me pagan!” Y me di cuenta que podía trabajar de otras cosas, no solo de algo que no me gustaba, en esa época trabajaba en oficinas, y sin embargo me la pasaba dibujando en mi tiempo libre.

Con los trabajos que me empezaron a salir me entusiasmaba, aunque no hayan sido de la temática que más me gustaba. El primer laburo así pago fue pintarlo a Lemmy, el cantante de Motorhead, en un bar ahí por Almagro. Fue todo un desafío pero estuvo bueno.

Después me volvieron a llamar del mismo bar para pintarlo a Sandro, nada que ver. Hacer una persona es difícil. La anatomía, los rostros, son muy complejos. No es lo mismo hacer una planta, o un perro, que una cara reconocida. Porque una persona entra al bar y tiene que reconocer, “este es Sandro”.

¿Estudiaste alguna carrera relacionada con el arte?

En esa época cuando me empezaron a salir trabajos, estaba estudiando diseño gráfico en la UBA. Hice dos años o tres y abandoné, porque quería hacer otra cosa, sentía que lo que estaba haciendo no me llenaba del todo, yo lo que necesitaba era salir a hacer, y ya trabajar de lo que me gustaba. 

Estaba con mucha manija. Abandoné la facultad, mis viejos no estaban muy contentos obviamente porque, era como un cambio radical en todo. Y empecé a hacer remeras, remeras estampadas en serigrafía, que me gustaba porque venía con el tema de los estenciles entonces mixaba con todo — el diseño, la publicidad, que se relacionaba con el diseño gráfico, entonces podía llevar todo eso a un mismo lugar. 

¿Cómo empezaste a viajar haciendo murales?

Surgió un viaje con mi hermano y el perro, dos meses y medio haciendo la Ruta 40, que es la ruta que va desde La Quiaca a Ushuaia, en una camioneta antigua del año ’67. Y ahí empecé a pintar en los camping, en hostels, como intercambio por alojamiento, y me re entusiasmó, mal. Y dije “no, esto es lo que me gusta a mí, no quiero hacer más remeras”.

Empecé a conocer gente yendo a encuentros de muralistas. En ese momento como que pintaba sola, estaba en la mía, no sabía ni cómo presupuestar un trabajo. Pero empecé a conocer otrxs que estaban en la misma, que pintaban estilos totalmente distintos, con otras técnicas y eso me empezó a dar mucha motivación y curiosidad.

Y ahí seguí buscando mi estilo, que es algo que hoy en día todavía me cuesta encontrar o continuar. Soy muy de experimentar con nuevos colores, estilos y no quedarme siempre con un mismo patrón. 

El año pasado estuve en una isla, en Brasil, ocho meses, donde también estaba haciendo intercambio de murales por alojamiento. Me mandé y les mostraba lo qué hacía. Sabía que otras personas también estaban parando en hostels o campings y habían hecho esto del intercambio, entonces dije bueno, yo también puedo hacerlo y así fue saliendo. Siempre tener contactos relacionados con el muralismo está bueno, porque te da un pie para encontrar lugares y conocer gente en otras partes del mundo.

Mi sueño es viajar y pintar, básicamente. Porque se puede. Sé que se puede. Y bueno, es cuestión de ser constante y no dormirse. 

Hace unos años escuché hablar de una movida que surgió como respuesta al hecho de que un porcentaje terriblemente grande de muralistas comisionados por la ciudad son hombres. ¿Qué sabés de eso? 

Sí, se llama Agrupación de Mujeres Muralistas de Argentina, “AMMURA”. Surgió como una iniciativa para defender los derechos laborales de las mujeres buscando la visibilización de la mujer dentro del trabajo muralístico. Pasó que en las convocatorias de varios encuentros de muralistas el mayor porcentaje que seleccionaban eran hombres y que encima les pagaban más. O ciertos trabajos para el estado, ya sea pintar puentes, bajonivéles, siempre tomaban hombres. 

Estuvo bueno porque se empezó a viralizar por varios países, no solo en Argentina, sino en Brasil, Uruguay, Chile, y estuvo bárbaro eso, porque a veces uno no se da cuenta lo que pasa afuera y ves que somos muchas las que buscamos un respeto e igualdad laboral y profesional.

¿Cuándo empezaste con las mascotas? 

Cuarentena. Pandemia. Le fui encontrando la vuelta. Ya venía haciendo animales, siempre me gustó, y me pregunté “cómo puedo hacer para trabajar en mi casa?” porque murales no voy a poder hacer.

Y dije bueno, puedo vender desde mi casa, por envíos, qué sé yo. Así que decidí centrarme en esto: mascotas, perros, gatos, lo que sea. Empecé a hacer mucha publicidad. No fue fácil al principio, como todo emprendimiento. Y aparte es un rubro que ya está bastante saturado. Entrando en las páginas hay miles. Me sorprendió que la gente me empezó a consultar y todo, pero yo chocha. 

Es algo que me gusta. En el fondo no estaba como, muy feliz, como estar pintando murales. No es lo mismo. No te relacionás con gente tan abiertamente, no estás en contacto con la comunidad. Pero bueno, a pesar de la situación en general que se estaba viviendo, podía quedarme tranquila.

¿De dónde viene el nombre Taty No Duerme? 

Mi nombre real es Ana, Ana Julia… [se ríe] nada que ver. Mis hermanos de chiquita me decían Taty, porque supuestamente fue la primera palabra que dije. Me empecé a presentar así, no me sentía identificada con Ana, y mi apodo quedó. Taty. 

Bueno, más allá de eso, hay un tema de Spinetta que se llama “Ana no duerme”, entonces venía por ahí, mi primer apodo artístico fue Ana no duerme, pero fue tan visto, o sea si lo buscabas en internet aparecía al toque la canción, así que dije “pará, si a mí nadie me dice Ana, voy a poner Taty”. 

Y ahí quedó Taty No Duerme. Aparte me siento identificada con el tema. No es que no duermo, pero es que siempre me gusta estar activa y trato de no dormir y quedarme en los laureles, como se dice. Trato de no dormirla y estar ahí haciendo lo que me gusta.

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