To read the English version of this article, click here.
Bueno. Este año se nos ha escapado entre los dedos. Ya casi es fin de año, navidad, etc. Pero antes está noviembre, y creo que noviembre debería ser un mes de celebración. Un mes donde recordemos la vida y obra de un hombre que llegó para darnos dulzura, show, y una impronta digna de Calamardo guapo.
Estoy hablando de Ricardo Fort. El hombre. El comandante. La leyenda.
Noviembre es el mes que lo vio nacer y que lo vio partir. Solo por eso creo que noviembre debería ser rebautizado Fortviembre y ser un mes plagado de fiestas y ritos paganos para agradecer el haber tenido la dicha de que la figura de Ricardo Fort haya florecido ante nuestros ojos.
Sí, Ricardo Fort fue un personaje controversial. Pero como con casi toda la gente cuando fallece, un aura mágica y amorosa reemplaza todos los recuerdos polémicos o poco felices que supimos tener. Sé que suena horrible, pero hasta que no tengamos mayor evidencia científica, creo que volverte automáticamente mas bueno es una de las mejores cosas de morir. Esta es la suerte que corrió Ricardo Fort. Nuestro Ricardo. El que vive en nuestros corazones. El que sonríe desde una nube en el cielo cada vez que decimos “basta chicos”. El que nos cuida cada vez que se corta toda la looooooz. El que nos alimenta en cuerpo y alma con cada una de sus barritas cerealfort.
Es totalmente natural que un tipo que nació en cuna de oro y dedicó su vida a hacer lo que se le cantaba, sin temer a la ostentación, la exageración o al ridículo, nos genere sentimientos encontrados. Pero ¿cómo odiar a alguien que vivió como quiso, sin hacerle realmente daño a nadie? Digo, el tipo venía de una familia de plata. No es que hubo enriquecimiento ilícito o algo así. No era un político gastando la plata de nuestros impuestos. La realidad es que no tenía por qué rendirle cuentas a nadie… bueno tal vez a su propia familia. Y aún así me atrevería a decir que su ascenso al estatus de estrella fue un poco su manera de tomar revancha.
A Ricardo le importaba poco y nada continuar con el negocio familiar. Esto no hizo muy feliz a su padre Carlos, heredero de la fábrica de chocolates y golosinas Felfort, quien pretendía que continúe el legado chocolateril junto a sus hermanos. En cambio, Ricardo se inclinó por el arte.
Para mantenerse fuera del radar paterno, Fort se fue a vivir a Miameeee, donde estudió canto y actuación. Y donde se permitió, también, no ser todo lo heterosexual que su familia pretendia que fuera. En el periodo que vivió en estados unidos fue también cuando Ricardo decidió ser padre, a través de subrogación de vientre. Con 36 años Fort recibió a los mellizos Marta (en honor a su madre) y Felipe (en honor a su abuelo, fundador de Felfort).

Más allá de haber intentado saltar a la fama durante los noventas con algunas apariciones en programas medio pelo de la tarde, el real éxito de Fort no sucedió sino hasta su regreso al país luego de la muerte de su padre, cuando salió al aire su programa Reality Fort en las trasnoches de América TV. Ahí podíamos verlo teniendo aventuras millonarias y un poco kitsch. Siempre rodeado de gente hegemónica y linda: chicas voluptuosas y muchachos fornidos, a quienes llamaba “los gatos”. De compras en Miami, de fiesta en yates o paseando en alguno de sus tantos coches de alta gama. Obviamente, el reality era conducido por Fort y las excentricidades que allí se veían fueron el boleto de entrada al programa que todos amamos odiar.
Fort ingresó a El musical de tus sueños, uno de los tantos spin off de Showmatch, el programa de Marcelo Tinelli. Como participante, Ricardo nos deleitó con actuaciones inolvidables, entre ellas la emblemática puesta de Evita donde interpretó al Che Guevara, transformando para siempre a Ricardo Fort en “El comandante”.
Es que mal que nos pese, Fort podía cantar. No voy a decir que me gustaba como cantaba, pero podía hacerlo. Y además sabía dar un buen show. Todo lo que pasaba alrededor de Fort era un show: entre el reality, los programas de chimentos y su participación en el Showmatch de turno, no había manera de mantenerse al margen de Fort. Todo lo que generaba era fascinante y horroroso a la vez, como mirar un accidente de auto. Es que, más allá de todo lo que estuviera relacionado con sus hijos, todo lo que pasaba en la vida de Fort pasaba delante de una cámara. Conocimos a su madre, a sus novias. Lo vimos enamorarse, separarse, reconciliarse.
Pero la mejor faceta televisiva de Fort fue su programa Fort Night Show, un programa donde Fort hizo lo que quiso. Un late night show, producido y financiado por él mismo, donde cantó, actuó, hizo entrevistas y sorteos. Para el programa se dio el lujo de recrear la puesta en escena de musicales de Broadway. Obvio, con él mismo como protagonista. Nos regaló una versión más refinada de su interpretación del Che Guevara y sumó Jesucristo Superstar, El Rey León, y El Fantasma de la ópera entre otros. Mi aspecto favorito del programa es que tenía sus asistentes bailarines a quienes llamaba “Los Ricardos”.
En teatro produjo y encabezó cuatro obras: Fortuna, una historia de vida; Fortuna 2, una revista musical; Mi novio, mi novia y yo; y Fort con caviar. Como comentamos con Naná, en su momento éramos demasiado snobs como para ir a ver a Fort al teatro y es algo de lo que me arrepiento.
Con el paso del tiempo, Fort y todas sus participaciones mediáticas se volvieron moneda corriente.El inicial rechazo por un personaje que podía resultar chocante, fue mutando en amor. Aprendimos a amarlo. El Fort persona le fue ganando al Fort personaje, y empezamos a conocerlo mejor. Creo que un momento clave en su vida y su carrera fue cuando presentó a su novio. Cuando se plantó en la tele y dijo que Rodrigo Diaz era su novio. Dejando atrás al séquito de novias accesorio que supo tener. Dejó de hacer lo que se esperaba de él para ser un poquitito más genuino con sí mismo. Eso lo humanizó. Fue un quiebre total en la manera en que lo percibíamos.
Amar a Fort fue como la frase esa que dice “era un chiste y quedó”. Todos consumíamos irónicamente a Fort, hasta que Fort empezó a significar algo más que el millonario excéntrico y medio grasa. Como que algo creció en nuestros corazones. Una especie de sensación de libertad. Una vida digna del festival haga lo que se le antoja.
Lamentablemente en el momento en que Fort nos empezaba a caer cada vez mejor, todo se fue al carajo. Vimos florecer a Fort, pero también lo vimos marchitarse. Las últimas imágenes de Fort son impresionantes. Realmente me pone triste verlo demacrado, deshecho, frágil. Y es que a sus problemas de columna, rodilla y su fractura de fémur se sumó que su cuerpo, entrenado por demás, operado por demás y anabolizado por demás no puedo soportar.
Fort falleció el 25 de Noviembre de 2013 de un colapso súbito cardíaco. Desde ese momento en adelante, se convirtió en otra cosa. No me atrevería a decir que es un santo (como Gilda), aún cuando miles de estudiantes se encomiendan a él antes de rendir exámenes. Pero el comandante se convirtió en leyenda, en mito. Sus frases ahora son nuestras. Su legado nos une.
Por eso les digo: no contemos hace cuántos años hace que Fort falleció. Festejemos su vida. Recordemos como a él le gustaría.
BASTA CHICOS.