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El peruano-argentino Zezé Fassmor es poeta, fotógrafo, videógrafo, periodista, organizador de eventos, community manager, locutor de radio y televisión, bailarín y, entre otras cosas, el protagonista de un documental que puede que nunca vea. Perdió la vista a los 25 y hoy, a sus 32, registra ávidamente su vida en fotos y videos con la idea de que algún día vuelva a ver.
Luego de unas proyecciones del primer corte el año pasado en La Bienal, la edición final de ¿Qué hago en este mundo tan visual?, dirigido por Manuel Embalse, se estrenará de forma virtual y mundial el 25 y 26 de octubre en la competencia de largometrajes argentinos del Festifreak.
A lo largo de mi vida, solo he conocido a exactamente tres personas ciegas. En el tercer grado, un alpinista visitó nuestra escuela para dar una charla sobre su experiencia escalando el Everest. Era ciego, lo cual lo hizo especialmente impresionante desde nuestra óptica, porque cualquier niño vidente de 8 años (y la mayoría de los adultos) creería que la vista es necesaria para realizar tal hazaña. En mi primer año de universidad, había un alumno ciego en mi clase de inglés. El primer día, el profesor tenía planeada una actividad en la que entre todxs nos pasábamos un frasco lleno de objetos pequeños, y cada alumno tenía que imaginar una historia para cada uno de los objetos que veía. Cuando el frasco llegó al alumno ciego, con el resto de la clase nos miramos nerviosamente. El profesor le dijo que usara sus oídos para imaginarse qué había dentro del frasco. Claro.
Conocí a Zezé en uno de los eventos de poesía de Marfa Nekrasova poco después de llegar a Buenos Aires, y nos hicimos amigxs. Es la única persona ciega con quien jamás realmente he conversado y definitivamente el único amigo ciego que jamás he tenido. Es mi única referencia directa para entender cómo unx ciegx puede ver al mundo de una forma distinta a la de una persona vidente.

Y ahora que es la estrella de un documental, no son solamente sus amigxs quienes pueden llegar a conocer su perspectiva. ¿Qué hago en este mundo tan visual?, realizado por Manuel Embalse y filmado, en parte, por Zezé mismo, sigue a Zezé en un recorrido por las grandes cataratas del Iguazú. Sus aventuras en el parque funcionan como telón de fondo para explorar su imaginación, qué significa ser ciegx en tiempos de Instagram y, más importante aún, qué significa ver. La película fue impactante y profunda de formas que no esperaba; me hizo cuestionar la realidad y me impulsó hacia la deconstrucción de conceptos que antes no había considerado como cosas construidas.
La persona vidente se inclina a preguntar, “¿Cómo experimenta el mundo un ciego si no lo hace como yo?”. Pero lo que este documental genera en sus espectadores es que se pregunten, “¿Cómo experimento yo el mundo si no lo hago como un ciego?”. Una diferencia sutil, pero importante. La persona vidente, por supuesto, piensa en su experiencia como la que va por defecto; la experiencia primordial, la experiencia de la cual la ceguera es divergente. Pero ¿cómo puede ser que vivir en un mundo tan dominado por lo visual cause que las experiencias de la gente vidente sean divergentes de las de las personas ciegas?
Se suele concebir a la experiencia vidente como intrínsecamente superior (y sí, es cierto que las personas videntes se desplazan por este mundo con mayor facilidad que las personas ciegas y tienen mayor acceso a privilegios y oportunidades en la sociedad) pero este mundo está diseñado para las personas videntes. De hecho, podría decirse que su diseño favorece de forma desproporcionada a la vista por sobre, no solamente los otros cuatro sentidos, sino también los medios más abstractos de la percepción, como los sentimientos. ¿Qué hago en este mundo tan visual? me dejó pensando: ¿Cómo sería una sociedad diseñada sin la vista? ¿Cómo serían los edificios? ¿Cómo sería el transporte? ¿Cómo sería la tecnología? ¿Cómo serían las redes sociales (uno de los enfoques principales del documental)? Sería un error suponer que todas estas cosas simplemente no se hubieran desarrollado sin la vista humana. Tan solo serían diferentes —se verían diferentes. Pero en un mundo diseñado sin la vista, quizás la diferencia más notable de todas, sería que no importaría cómo se vieran las cosas.

El mundo ciego y el mundo vidente coexisten. Son el mismo mundo, pero, a la vez, no. En cierto sentido, son como dos dimensiones que comparten el mismo espacio y tiempo. Hay cosas que existen en una dimensión y su existencia en la otra es incierta o, al menos, no se percibe. Embalse evidencia esta idea: hace zoom a un pájaro que sube por el agua a unos cincuenta metros arriba; a una mariposa que se posa sobre una hoja a dos metros de distancia —cosas fuera del alcance de la percepción de Zezé. ¿Realmente están ahí?
El documental aborda unas de las cuestiones fundamentales de la metafísica: ¿Puede algo existir sin ser percibido por nuestra conciencia? (Si un árbol cae en un bosque y nadie está cerca para oírlo, ¿emitió algún sonido?) ¿Se puede suponer que el mundo no observado funcione igual que el mundo observado? ¿Cuál es la diferencia entre lo que algo es y lo que parece? En ocasiones, a Zezé le he escuchado decir que, para él, el mundo está lleno de fantasmas: las personas que lo rodean. Como lo interpreto yo, es una de esas declaraciones que se entiende en parte como chiste, en parte como poesía y en parte, simplemente, como una mirada genuina sobre cómo ve al mundo —el mundo invisible y toda la gente invisible que lo habita.

Y hablando de personas invisibles —entre el elenco de personajes del documental hay alguien que todxs conocemos: Siri. Que Siri sea una persona real es discutible, pero no más que decir que la visión de Zezé sea real. O como la llama él: su “mirada ficticia”. Siri aparece en varias escenas con el fin de responder algunas preguntas epistemológicas claves respecto a los ojos y la vista, hechas por Zezé. Por medio de estas secuencias, el espectador se impulsa a dudar su entendimiento de lo que significa ser capaz o incapaz de ver; qué significa poseer o no poseer un “ojo”. ¿Es la mirada de una persona ciega, de alguna forma, más o menos “ficticia” que las imágenes que el ojo funcional transmite al cerebro según la luz que recibe?
En su disco Innervisions, Stevie Wonder canta una de las grandes letras epistemológicas de nuestros tiempos: “I’m not one who make believes; I know that leaves are green. They only turn to Brown when Autumn comes around. I know just what I say; today’s not yesterday, and all things have an ending.” (No soy alguien que hace make-believe; sé que las hojas son verdes. Solo se vuelven marrones cuando llega el otoño. Sé exactamente lo que digo; el hoy no es el ayer y todas las cosas tienen su fin). (Make-believe refiere al acto de usar la imaginación y hacer como las cosas sean de otra forma, es una combinación de las palabras “hacer” y “creer”).
Wonder era ciego de nacimiento —su conocimiento de que las hojas sean verdes y se tornen marrones con el cambio de estación no se basa en que sus ojos perciben tales colores, sino en las asociaciones que aprendió a vincular con los nombres de esos colores, dejando abierta la cuestión de su significado a la interpretación del ojo de su mente. Y hace una comparación entre su entendimiento del color y el entendimiento colectivo del tiempo, un concepto cuyo significado proviene de su asociación con otros conceptos tales como los días, las estaciones, las fases lunares, el envejecimiento y los relojes, pero que no es directamente perceptible por ninguno de los cinco sentidos. Pero los colores y el tiempo no son make-believe, son conocimiento. Lo cual nos lleva a plantearnos la siguiente pregunta: ¿cuál es la diferencia? ¿El conocimiento no está formado por la hechura de una creencia? ¿Deberíamos confiar en ello? Se dice que ver es creer, pero ¿hasta qué punto podemos realmente creerles a nuestros propios ojos?
La experiencia de Zezé, habiendo vivido la mayor parte de su vida con la vista, es distinta a la de alguien que no tiene ningún recuerdo de cómo “se ven” las cosas. Como tiene veinticinco años de data visual almacenada en su cerebro a la que puede recurrir, su mente puede crear imágenes mucho más fieles a lo que una persona vidente vería mirando lo mismo —pero aún hay mucho espacio para la transgresión. En un momento del largometraje, el equipo se encuentra con un coro que está cantando en el parque y Zezé expresa su alegría al escuchar un coro de cantantes negros. Un miembro del equipo dice, “son todos blancos” y Zezé responde defraudado, “mataste a la situación en mi imaginación”. El compañero le pide disculpas de todo corazón.
Este intercambio me hizo pensar en las diversas percepciones que la ceguera posibilita. Con la vista, esta diversidad se homogeniza y un número infinito de realidades, como lo dijo Zezé, muere. Como cuando lees un libro y, en tu cabeza, creás la imagen de cómo se ven los personajes y el escenario, y después adaptan el libro en una película y te ves obligadx a ceder las imágenes creadas por tu imaginación a cambio de las que aparecen en la película. La vista, en este sentido, es bastante restrictiva. Es apabullante darse cuenta de que hay una diversidad infinita de realidades visualizadas que pueden existir en la mente de las personas ciegas, especialmente en las que lo son de nacimiento, y las cuales las personas videntes no podemos concebir ni en lo más mínimo.

En uno de los clips de la película, filmado por Zezé desde su celular mientras caminaba por el aeropuerto, se ve más o menos lo que vería él a su alrededor si pudiera ver. Se ve la gente que lo rodea, se ve que lo miran y que, al notar la cámara que les devuelve la mirada, inmediatamente miran hacia otro lado. De niñxs nos enseñaron que no miremos fijo a las personas con capacidades especiales. Es grosero, es alienante. Al ver este clip, me encontré preguntándome, ¿serán lxs ciegxs una excepción? Al fin y al cabo, no pueden saber que les estás mirando fijo. ¿O sí pueden? (Cuando le pregunté a Zezé si alguna vez había sentido que alguien le estaba mirando fijo, dijo que sí, definitivamente, y que “probablemente se estén preguntando cómo es que me visto tan bien a pesar de no poder ver”).
Si bien los ojos de Zezé ya no tienen la capacidad de ver, su celular sí la tiene. Una cámara, después de todo, no es otra cosa más que un ojo mecánico. Y es suyo. Él lo opera. Solo que no está conectado a su cerebro. Todavía. Pero en esta era, la idea de que tal conexión pueda volverse realidad no es exagerada en absoluto.
Zezé cree que algún día volverá a ver. Pero hasta entonces, está contento usando su imaginación y seguro de que, en este mundo, a pesar de lo visual que pueda parecer, hay mucho más de lo que se ve a simple vista.

¿Qué hago en este mundo tan visual? estará disponible el 25 y 26 de octubre a quienes se registran en el web de Festifreak. Hacé clic acá para ver el cronograma del festival.